Mientras Leo redactaba esta carta, Clara, a su lado, se mostraba impaciente por intervenir en ella. No se atrevía Leo a ser totalmente sincero, pues seguía pensando que muy posiblemente, sin haberse dado cuenta, hubiera cometido Clara la imprudencia de contarle a Damián que Pablo tenía los dos pergaminos originales, por lo que cierto sentimiento de culpabilidad lo invadía. A punto estaba de escribir lo siguiente: «Están locos y van a conseguir ponernos locos a todos; incluso estoy pensando que, o bien Clara o bien yo mismo te hemos traicionado inconscientemente, porque a Damián alguien le ha dicho que tú tienes los dos pergaminos que faltan del archivo de Astorga». También pensaba a velocidades estelares que, quizá así, podría iniciar una discusión con Clara y colegir si ella habría metido la pata. En el momento que se quedó pensando para redactar estas ideas, insistió Clara:
—¡Venga!, déjame, de una vez, escribir algo —tiraba de una esquina de la hoja provocando un rayón en la escritura;
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por lo que cercenó en Leo la coherencia en la sintaxis de su escrito y siguió de otro modo:
Clara me está diciendo que le deje la cuartilla. Se la paso.
Inolvidable Pablo: Soy Clara. ¿No te parece bueno el poema de Damián? A mí me encanta y me fascina la disposición en forma de columna; de cariátide griega como él mismo dice en el último verso. Para ver la cariátice tienes que entornar los ojos y mantenerlos casi cerrados, desde lejos; de manera que tu mirada forme con el papel un ángulo de cuarenta y cinco grados. Hemos tenido una discusión porque Leo dice que la literatura no vale para nada, como dos idiotas hemos llegado al acaloramiento, sin saber por qué: la eterna discusión tópica para recalcar la superioridad de los de ciencias puras... ¿Qué le vamos a hacer? Si tú piensas como él, ya se os irá ablandando la cabezota. Leo estaba muy preocupado por la difamación que profería el Vasco contra ti, y ya le decía yo, que parece mentira que tanto tiempo inseparables y todavía no te conociera del todo. ¿No es cierto que te importa tres pepinos? De la misma manera se extrañaba de que Damián estuviera enamorado de Eva. De Eva está enamorado medio Instituto. Es más, creo que de Eva está enamorada media Málaga. Yo siempre le he dicho que se presente a miss España, que gana; lo mismo que se extraña de que todas las alumnas se pirren por el Vasco, cuando es evidente que es el único profesor de veras atractivo. Hombre, Damián no está mal, pero resulta un poco cursi. ¿Qué tal se presenta el panorama para fin de curso? Esperemos que nos vaya a todos bien. Tú cuenta todo lo que veas y manda fotos, aunque mejor sería una cinta de vídeo con todo lo que se te ocurra; cualquier cosa de tu alrededor nos gustará verla.
Esta Semana Santa se presenta como la mejor de todas, lástima que faltes tú.
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Por primera vez me permitirán salir sin límite de hora, y pensamos acostarnos a las cinco de la mañana. A Leo tendré que controlarle los cubatas, porque si no, terminará todas las noches borracho. ¿Recuerdas el año pasado la procesión de los Estudiantes? ¡Imagínate este año! En fin, qué le vamos a contar a un malagueño sobre la Semana Santa: se nos siguen poniendo los vellos de punta; y Leo, que se hace el duro, aunque diga lo contrario, también se emociona al ver pasar los tronos. La tribuna de los pobres estará apoteósica. ¿No te trae todo esto recuerdos y nostalgias? Recibe cien besos con sabor a limones primaverales de tus amigos Leo y Clara.
Voy a terminar yo la carta. Como Clara ya te dice todo, no me ha dejado lugar a que yo me explaye. Ya he sacado el carnet de conducir. Me examiné del práctico el mismo día que cumplí dieciocho años. Le digo a Clara que empiece a prepararse porque el carnet de conducir es un hito en la vida de las personas, por lo menos para mí, que desde entonces me siento libre. Hasta siempre. Leonardo.
No se atrevió Leo a mencionar en esta carta los pergaminos, porque la ocasión la había perdido cuando Clara le tiraba de la hoja, y no encontró el modo de recuperar el momento en el que estuvo en un tris de decirle que Damián sabía que los tenía Pablo. Se había visto en la encrucijada de tener que relatarle sus sospechas de que Clara se hubiera ido de la lengua, y al fin decidió guardar silencio porque de lo contrario podría haber atado, entre Clara y él, un nudo tan inextricable y feo que pareciera un gurruño despreciable. A pesar de todo, quedó una heridilla a los ojos de Clara incomprensible, por lo que creía que tanta agitación, tantas idas y venidas, tantos dimes y diretes, habrían ocasionado en Leo un cambio de carácter.